La igualdad, las mujeres y la Unión Europea

Elena Etxegoyen Gaztelumendi

Abogada y ex Senadora del Grupo de Senadores Nacionalistas Vascos. Ex portavoz de EAJ-PNV en el Ayuntamiento de Irún.

Comienzo por subrayar la naturalidad en la exposición de Izaskun Landaida -Directora de Emakunde– en el turno de salutaciones y presentación de las ponentes, la ausencia de triunfalismos en su mensaje y la sonoridad de la lengua elegida, el euskera. Mi primera consideración: el euskera, lengua materna del pueblo vasco, como vehículo de comunicación, de entendimiento… Europa y sus asuntos lo son también de y para las lenguas que algunos dicen minoritarias pero que son, sencillamente, nuestras. Ez al dakizu euskera dela euskaldun egiten gaittuena…

Cabe resaltar el alto grado de conocimiento sobre políticas de igualdad que manifiestan las tres ponentes [Marina Calloni, Kristin Tran y Alexandra Bÿrod] si bien –y digo esto poniéndolo en valor- ha sido la experiencia diferenciada de cada cual lo que más ha enriquecido el debate. Me explico: hay un suelo común en la realidad a combatir, en el primer enfoque para abordar medidas, acciones y políticas pro-igualdad entre hombres y mujeres, incluyendo la necesidad de contar con Leyes de Igualdad entendidas no como un fin en sí mismo sino como instrumento. Y considero debemos reconocer que la remoción de dichos obstáculos comienza desde la realidad de cada entorno concreto, o todo esfuerzo desde lo político, por ímprobo que sea, deviene inútil, irrelevante e ineficaz. Y termina invisibilizado, solapado por tediosos debates parlamentarios, manifestaciones programadas y días internacionales de manual. Ergo, segunda consideración: no hagamos de la igualdad una versión más de lo políticamente correcto, del igualitarismo, ese espacio en el que las grandes verdades de los despachos y parlamentos políticos importan más que los matices que identifican una concreta realidad. Porque lo indiscutible y también lo sujeto a discusión devienen imprescindibles, ambos, para el objetivo a alcanzar que no es otro que la igualdad real, duradera y normalizada, es decir, todos los días y en todos los ámbitos y en todo lugar. Pero no hay días, ámbitos ni lugares idénticos, cada cual obedece a sus propias circunstancias y demanda su propio ritmo, la misma atención pero diferenciada, idéntica dedicación pero no necesariamente la misma respuesta.

Lo que enlaza con otros “hechos diferenciales” surgidos ex novo y que se multiplican con el auge de internet y la comunicación en red, capaces de generar todo tipo de sinergias: lo mismo pueden coadyuvar a la causa de la igualdad que actuar contra ella. Tercera consideración: alerta permanente ante los virulentos ataques contra los Derechos Humanos que ya son una realidad en la comunicación y las relaciones sociales en internet. Alerta y profesionalización para combatir lo que estas nuevas herramientas tienen de nocivo como para alentar sus inmensas posibilidades.

Y subrayo, para finalizar, lo que en un momento del debate considero ha sido poner el dedo en la llaga pero, precisamente, para curar la herida: un partido feminista es un instrumento para la igualdad, pero no es un partido de ni para las mujeres, porque la igualdad tampoco lo es. Última consideración: ser feminista, proclamarse tal, no es una declaración política, es una actitud. De ahí que los movimientos o partidos manifiestamente feministas no son nadie, per se, para otorgar carta de naturaleza a sus activistas negando al resto dicha condición. Que cabe ser y reivindicarse feminista, con todas sus letras y plena legitimidad, sin militancia partidista.

“Soy feminista; me avergonzaría de no serlo porque creo que toda mujer que piensa debe sentir el deseo de colaborar, como persona, en la obra total de la cultura humana.” María de Maeztu.

 


 

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